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El mandato de la delgadez: mi reflejo roto

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Desde que tengo memoria, creci con la idea de que ser flaca era la llave maestra para todo: respeto, amor, éxito. Si no eras delgada, simplemente no encajabas. Era algo tan arraigado que ni siquiera me preguntaba de dónde venía; simplemente era una verdad que aceptaba.

“Cuanto estás pesando?”

Esa pregunta se colaba en reuniones familiares, en consultas médicas que no tenía nada que ver con el peso, en conversaciones de llamadas “amigas”, incluso en simples miradas en la calle. No importaba si estaba sana o llena de energía; lo único que importaba era el número que aparecía en la balanza.

Mis primeras lecciones

Me acuerdo cuando tenia 8 años, me probé una pollera que me habían comprado (primera y última vez que hice pollera tho), lo primero que vi fue la cara de decepción que tuvo mi mamá cuando empecé a tener estrías.

Recuerdo que comer en la mesa familiar era un escenario de miradas y jueces que se fijaban cuánto y cómo estoy comiendo. Si comía poco, o casi nada, no me decía nada..pero al momento que me “pasaba”, aunque sea poco, venía los sermones parecían nunca terminar.

Me vivían diciendo que tengo que adelgazar, que tengo que ser flaca y comer saludable, pero al rato traían a la casa un sanguche de milanesa con papas fritas comprados de un puesto de comida. Irónico, verdad?

Fue entonces cuando empecé a verme con los ojos del otro, a juzgar mi cuerpo como si fuera algo externo, algo que debía controlar, modificar, esconder.

La balanza se volvió un ritual diario, un espejo interno que determinaba mi ánimo, mi valor, mi identidad. Cada gramo extra era una culpa insoportable; cada kilo perdido, un triunfo efímero que desaparecía demasiado rápido.

Dietas extremas y un vacío creciente

A los 15/16 años una noche de tantos llantos, viendo cómo todos me desacreditaban o me decían “gorda de mierda”, me cansé y decidí ponerme a dieta. Estuve casi toda la noche leyendo blogs y artículos sobre “comer saludable”.

Empecé bien…cuatro comidas importantes (desayuno, almuerzo, merienda, cena) y un snack sano cada dos horas; tomar 2 litros de agua todos los días; hacer una hora de ejercicio. Era lo único que pensaba, qué comer, cómo comer, qué comprar. Estaba aprendiendo por primera vez a comer bien.

En tres meses perdí 30 kilos, pero nunca dejé de sentirme “gorda”.

La lección más amarga fue descubrir que nadie actualiza tu imagen. Aunque adelgazara notablemente, el ojo ajeno seguía midiendo en estándares imposibles. Siempre faltaba algo, siempre podía ser más flaca.

Mamá: podes ser gordita y hacer ejercicio.

Papá: No. Tenes que ser flaca.

Una vez, después de haber adelgazado tanto, me probé una remera que me quedaba un poco ajustada y volví a ver otra vez la cara de decepción de mi mamá pensando que volvía engordar: cuánto estas pesando? …otra vez la misma pregunta de siempre…69 kilos salieron cuando me pesé antes del desayuno (sí, me pesaba todos los días) … me fui a cambiar de remera y ella al rato me trajo la balanza para pesarme y ver si no estoy mintiendo, salió lo que le dije que había salido.

Después de ese momento me volví más exigente para adelgazar: ya los blogs que leía para adelgazar eran mucho más extremos, me acuerdo patente cada tips o consejos que decían (para cuidar a cualquier lector que esté leyendo esto, no voy a repetir NINGUN tip que aprendí a esa edad.)

Mi límite de calorías por día era cada vez más chico al punto de solo ingerir té y una barrita de cereal que la partía al medio, una mitad para la mañana y otra para la noche. Si me salía de la dieta, era provocar vómitos… en la escuela, en la ducha, en cualquier lado. Mi panza dolía siempre (tenía mucha hambre).

Hubo días en que el hambre no era solo física; era un vacío existencial que devoraba mi autoestima y mi salud mental. Creí ingenuamente que alcanzar el cuerpo “ideal” sería el fin del dolor, pero solo encontré más y más sufrimiento…

Filosofía del cuerpo: reinventar el espejo

Fue en medio de esta lucha cuando descubrí la filosofía.

Merleau-Ponty afirma que somos cuerpos, que nuestro cuerpo no es un objeto para ser juzgado, sino el medio por el cual vivimos y experimentamos el mundo.

De Beauvoir también dijo que las mujeres somos condicionadas desde muy jóvenes para vernos como objetos ante la mirada del otro, atrapadas en un reflejo distorsionado.

Durante años viví en ese reflejo, sin sospechar que podía existir otra realidad. La filosofía me hizo entender que mi cuerpo no es una mercancía ni una prisión, sino la forma concreta de mi existencia en el mundo.

¿Qué pasa si rompemos ese espejo impuesto? ¿Qué ocurre si dejamos de medirnos con estándares ajenos y empezamos a definir los propios?

Ser juzgada por mi peso era el pan de cada día, algo que se tomaba junto con el café, en mi familia. Recuerdo cuando empecé a ir al gym, un verano después de haber adelgazado tanto, empecé a comer más seguido gracias a mis amistades de ese tiempo que no me juzgaban cuando comía… a raíz del gym empezaron a crecer músculos y volví a experimentar la cara de decepción de mi vieja diciendo ESTAS MÁS GORDA! Cuando en realidad estaba desarrollando músculos. En ese momento, después de tanto sufrimiento, de desarrollar TCA, de mirarme el espejo y solo ver más fallas que logros. Exploté.

Dejé las dietas, dejé el ejercicio, ya nada de lo que hacía era suficiente para ser validada. La idea de irme de este plano existencial era cada vez más tentadora…

Todavía sigo sanando cada palabra, cada dolor y sufrimiento, re-aprender esas “enseñanzas” que me impartieron desde chica.

“La gente exitosa es flaca, tenes que ser flaca para tener amigos y amor” – Papá

Incluso, hoy en día, todavía hay familiares que preguntan lo mismo de siempre: ¿Por qué sos gorda? ¿Por qué no adelgazas? Mira que tu papá que tanto te jodió es flaco.

Cicatrices que son historias

Mi cuerpo lleva marcas visibles e invisibles. Mis estrías, son huellas de cambios, testimonios de batallas internas ganadas o perdidas. Empecé a ver mi cuerpo no como un lienzo para la crítica externa, sino como un mapa vivo que registra mis decisiones, mis experiencias, mi resiliencia.

Cada curva, cada cicatriz es parte de una historia que merece ser honrada y reconocida, no escondida ni menospreciada.

Libertad corporal

Aprender a quererme no fue/es fácil, pero gracias a las personas que están acompañándome (mis amigues, mi pareja, mi nutricionista) aprendí que adelgazar puede ser tan divertido y sencillo, donde no hay lugar para lágrimas, frustraciones y juzgamientos.

Bailar en la intimidad de mi casa, sentir mi respiración, mi energía, sin pensar en calorías ni repeticiones. Empezar a escuchar mi cuerpo de verdad, saborear los alimentos, reconocer el hambre real y honrarla sin culpa. Comenzar a hablarme como si fuera mi mejor amiga, con ternura, paciencia y compasión.

Esto no es otro régimen más, es un camino de reencuentro, una forma de reconciliarme conmigo misma.

El valor de lo imperfecto

La obligación social de estar siempre felices, saludables, atractivas, perfectas, esa tiranía de la positividad. Esa presión, que muchas veces es interna, puede hacer más daño que cualquier crítica externa.

La perfección es una jaula dorada. Liberarse implica aceptar la belleza del movimiento, del cambio, de la imperfección autentica y única que nos define.

Nunca logré a ese “peso soñado”, el peso donde yo empezaría a vivir la vida. En cambio, todo lo contrario, engordé más, un poco para desafiar a mis padres, un poco por la depresión que tuve por años; pero viví. Estando gorda y todo, tuve una vida. Tuve amores, amistades que me quisieron por quién soy y no como era mi figura.

Actualmente, mi relación con mi familia está bien, aunque mi papá todavía sigue pendiente de si hago actividad física o dietas. Sé que desde su punto de vista quiere lo mejor para mí. Pero lo mejor para mí es vivir mi vida sin juzgamientos. Es un equilibrio delicado, pero sigo buscando mi paz.

No es fácil soltarse de las cadenas en las que estuve atada por años..a veces me da miedo verme al espejo, a veces vuelvo a “escuchar” esas “lecciones” de que hay que ser flaca para que ser vista. A veces me castigo cuando me salgo de la dieta. Pero lo sigo intentando… adelgazar? No! Sanar!

Abrazar el reflejo propio

Todavía me cuido, sí, pero ahora desde un lugar de amor y salud genuina, no desde la presión externa. Ahora miro mis curvas y veo resistencia, fuerza, belleza real. Ese espejo roto que antes me torturaba hoy me enseña a redefinir mi belleza.

Veo mi cuerpo y veo historia.

Este cuerpo que me hicieron odiarlo tanto tiempo, este cuerpo que “nunca lo sentí”, siempre fue mi compañero. Y como su portadora, nunca se calló.

Este cuerpo, tan feo a lo ajeno, sufrió tanto: TCA, esclerosis múltiple, depresión y ansiedad, falta de comida y exceso de comida, falta y exceso de movilidad, protrusión discal. Hoy lo abrazo tan fuerte y le pido perdón.

No busco tener la figura perfecta, ya no vivo persiguiendo a la ballena blanca. Busco tener salud, poder seguir viviendo mi vida, seguir teniendo experiencias.

La primera vez que hablé con mi nutricionista le dije que nunca llegué a un cuerpo “flaco” y ella tan dulce me dijo: “No trabajo para llegar estándares de belleza. Para mí, un cuerpo sano es un cuerpo que no sufre ningún dolor”. Nunca me sentí tan feliz o, mejor dicho, mi cuerpo nunca se sintió tan feliz de escuchar eso porque sabe que se viene reconocimiento y acompañamiento verdadero.

Para mis lectores: sos suficiente. No por un número, no por una talla, sino por cada paso que das hacia tu propia libertad, hacia tu propio amor.

Porque al final del día, lo único que importa es cómo te sentís vos en tu piel, no cómo te ven los demás. Vos más que nadie sabes de tus batallas.

El cuerpo no es un proyecto a completar, sino el hogar donde sucede la vida.

Canción del post: What Was I Made For? – Billie Eilish

Portada de FRIEDRICH NIETZSCHE MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL / AURORA

¿Qué está leyendo Auri?

FRIEDRICH NIETZSCHE MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL / AURORA

por Friedrich Nietzsche

“¿Leo este libro? Mejor dicho, este libro me está leyendo a mí.”