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Café y sorpresa para llevar

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No suelo hablar de cafeterías, pero esta vez necesito hacerlo. No por el lugar en sí (aunque sí, también), sino por todo lo que me hizo sentir un simple café para llevar en medio de un día cualquiera. No es que anduviera en una búsqueda espiritual de cappuccinos, ni que tuviera tiempo ese día para detenerme a mirar vitrinas.

De hecho, al principio no le di ni media pelota a la cafetería. Estaba en el shopping de Trelew, en modo automático, con la cabeza llena de listas y pendientes, como suele pasarme cuando salgo a hacer cosas que no sé bien si quiero o si simplemente me toca hacer.

Pasé al lado del local sin mirarlo. No sé. Supongo que lo vi con el rabillo del ojo, como quien ve una planta más en un vivero gigante. Pero algo —no sé qué— me hizo frenar. Y cuando digo “frenar”, es literal. Me detuve con un pie a medio levantar, como si el cuerpo dijera: “Esperá. Mirá bien.” Y ahí lo vi.

🌿 Lo primero que me abrazó

Se llama Kava. El cartel era simple pero tenía algo que me gustó. Me acerqué sin pensar y de golpe me encontré en un espacio con un diseño tan patagónico, tan de acá, tan nuestro que me desarmó un poco por dentro.

Había olas, como si el mar quisiera colarse en el aroma del café. Había pingüinos (pingüinos! como amante de las aves, fue lo primero que me atrapó), esos que me hacen pensar en frío, viento, ternura.

Y había un dinosaurio. Sí, ese que encontraron cerca, el orgullo paleontológico de nuestra zona. Pero no puesto como “mirá qué curioso esto”, sino con cariño, como diciendo: “somos esto también, y lo celebramos.”

Todo estaba cuidado. Sin exagerar. Era como si el lugar supiera quién es, y no necesitara gritarlo . Y ahí me salió pensarlo sin filtro: “Esta cafetería no debería estar dentro de un shopping. Merece tener su propio local en una esquina, con luz natural, con plantas de verdad, con música suave, con gente que vaya ahí porque quiere quedarse un rato en paz.”

Pero está donde está. Y por algo será.

😬 El momento del pedido

Tenía ganas de un cappuccino, pero no sé cómo explicar esto sin parecer exagerada: pedir un cappuccino en Argentina es un juego de azar emocional.

Nunca sabés con qué te van a salir. A veces es café con leche y espuma (ok), pero muchas veces es una especie de fiesta de cacao y crema y azúcar encima, literal un invento trucho del submarino disfrazado en cappuccino, dale.

Y a mí me gusta el cappuccino clásico. El verdadero. El italiano. El que tiene café, leche espumada y, si me das a elegir, un poco de canela encima. Canela, no chocolate.

Así que me acerqué a la chica con una sonrisa ( y un poco de miedo, como quien va a confesar algo medio raro), y le digo: “¿Le podrían sacar el chocolate al cappuccino y ponerle un poco de canela en vez?”

Ella me mira, sonríe tranquila (esas sonrisas que no son de protocolo, sino de gente que sabe lo que hace) y me dice:

Nuestro cappuccino no tiene chocolate. Pero sí tiene canela.

No pude contener mi felicidad, casi la abrazo diciendole GRACIAS (pobre chica, le tocó una pirada). Literal. Creo que se me notó el alivio en la cara. Me puse tan contenta que ni disimulé. Hasta mi pareja me lo dijo cuando nos fuimos del lugar.

¡Al fin un lugar que hace cappuccino como se debe!

En el proximo post, les voy a enseñar sobre distintos cafés y como prepararlos

☁️ La vida en modo “café para llevar”

Me encantó el subtítulo, los dispositivos deberían tener de “modo avión” a “modo café para llevar”..

No me senté a tomarlo. Porque no se puede. Porque la vida a veces te lleva apurados a todos lados; en un momento estas admirando una taza de café con dibujo de pingüino y a los segundos estas en un bazar en la otra punta del shopping viendo molinillos. Somos un algoritmo mal codificado de los chinos.

O porque, como suele pasar, la vida te dice: “Sí, tomate el café, pero rápido, que ya hay otra experiencia esperándote al lado.” (un pensamiento menos cinico, sí)

Así que me lo dieron en el vasito para llevar QUE COMPRÉ del PINGÜINO, y yo seguí caminando por el shopping con el café en la mano, feliz como perro con dos colas. Y pensé: “¿Qué hago acá? ¿Cómo pasé de pedir café a sostener un molinillo de madera?”

No sé. Pero estaba feliz. Y porque necesitamos urgente comprarnos algo para moler nuestros granos.

🧋 El sabor

El cappuccino estaba riquísimo. Y no lo digo como crítica técnica —porque no tengo el paladar entrenado para identificar notas de frutos rojos ni tueste medio ni qué sé yo qué más— pero sí tengo un detector sensible de “esto lo hicieron con amor”. Y este café lo tenía.

La leche estaba perfectamente espumada. Densa, sin estar pesada. Y la canela… ay, la canela. (spoiler: por más que sea rica, no la prueben así no más…al menos que se odien). Perfectamente espolvoreada. Ni esa lluvia tímida que parece decoración, ni esa nevada violenta que arruina todo. Justa. Medida. Sutil. Como un buen gesto.

No sé qué tipo de café usaron. Ni me importa. Lo que importa es que me hizo feliz. BUENO A VER, tampoco es tan dificil: darle café a auri >> auri feliz. Girl maths.

🎻 Orquesta

Otra cosa que me quedó grabada fue ver a los baristas trabajando. Hay algo hermoso en observar a alguien que hace lo que hace con calma, con destreza, con seguridad. Los movimientos medidos. La concentración. El vapor subiendo como niebla suave. Las tazas girando. Una coreografía silenciosa que me dio paz. Y sí, se me vino a la cabeza una imagen: “Es como ver una orquesta tocar el soundtrack de tu juego favorito.

(Perdón, todavía estoy atravesada por la orquesta sinfónica de Stardew Valley. Espero que vengan pronto para que me exploten las tarjetas y el corazón al mismo tiempo.)

🫶 Un lugar que no esperaba, pero que me encontró

Kava me conquistó. Me conquistó porque fue simple, sincera, cuidada. Porque el cappuccino fue lo que tenía que ser. Porque me encontré sonriendo en un bazar sin entender por qué. Porque me sentí, aunque sea por un momento, bien. Ahora es mi segunda cafetería favorita. La primera sigue siendo Etiopía, en Gaiman, y no se toca: esa es mi casa, mi ritual, mi refugio.

Pero Kava… Kava es ese descubrimiento que te encuentra cuando no estás buscando nada. Y por eso, tiene un lugarcito especial. A veces el mundo va rápido, te arrastra, te llena de estímulos inútiles.

Y entre todo eso, aparece una taza de café bien hecha. Y vos frenás. Y sonreís. Y te das cuenta de que eso también es importante.

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